Con la globalización, no solo observamos enormes cambios a nivel económico y social. Asimismo, la composición de las familias se modifica y amplía, sobre todo con los movimientos migratorios que existen en el mundo.
Para las mujeres latinas o hispanohablantes que hemos optado por migrar – por una serie de razones – no siempre queda claro si al tener un niño basta con hablar con él o ella español en casa o es que deberíamos intentar hablar en alemán todo el tiempo, aun si no dominamos bien el idioma. Esta inseguridad muchas veces proviene del miedo por que nuestros hijos no aprenderán suficiente alemán para insertarse en la sociedad alemana. El miedo no siempre está en nosotras. El miedo es externo pero muy cercano. Seguramente, más de una vez habremos experimentado una actitud, palabra o comentario por parte de personas que son cercanas a nosotras y nos dicen que nuestros niños solo deberían hablar alemán. Nuestra lengua, entonces, aparece como una amenaza a la integración de nuestros niños en este país, su país.
Lejos de estos temores, la posibilidad de hablar más de un idioma se ha convertido en un paráctica frecuente y en una necesidad. Si estas lenguas, pueden aprenderse como lenguas maternas, las posibilidades de usarlas con menos dificultad, se acrecientan. Asimismo, como demuestran distintos estudios especializados en la materia, el aprendizaje de ambas lenguas dependerá de varios factores, tanto aquéllos que se refieren a las habilidades de los propios ninos y consistencia de las familias como a las condiciones externas para favorecer el trato equitativo de ambas o más lenguas en las que el niño crece, desde la vida escolar como en la institucional. De allí el valor de nuestro papel como madres en ese proceso.
En mi caso particular, mi hija de 20 meses ha convivido con tres lenguas. Su papá habla alemán, yo hablo español y ya que ninguno de nosotros maneja bien la lengua del otro, hablamos siempre en inglés. La consulta específica sobre esta particular situación, me fue aclarada hace unos días en una presentación muy interesante. Las lenguas con las que mi hija se vincula emocionalmente – el español y el alemán .- serán las lenguas prioritarias de mi hija y el inglés quedará en un segundo plano, como la lengua pasiva que se podrá desarrollar después por una decisión personal y consciente de mi hija.
Acciones concretas y muy prácticas para involucrarnos en un ambiente emocional sano y favorable a un bilingüismo simultáneo (aprendizaje de dos lenguas al mismo tempo) y no solo receptivo (capacidad de comprender dos lenguas pero limitado para hablarlas al mismo nivel) pueden ser las siguientes:
- Hacer que el español sea usado en espacios alternativos a la casa. Por ejemplo, en reuniones sociales, políticas, en fiestas y otras actividades. Haciéndolo, lograremos que nuestros niños asocien el español a un mundo cultural y no solo a la lengua que habla mamá en casa, en un ámbito a veces exclusivamente doméstico.
- Hacer más consciente los argumentos positivos de hablar dos o más lenguas. Esta habilidad no solo entrena el cerebro y lo hace más abierto a processo cognitivos más complejos sino que amplía las posibilidades de tolerancia en nuestros niños además de sus opciones laborales y de comunicación en el futuro.
- Ser consistente en el habla del español con nuestos hijos. De este modo ayudamos a que nuestra lengua no quede postergada frente a otra que aparece como la dominante.
Aunque existen muchos aspectos por discutir, creo que este es un primer intento por conversar y compartir un tema que nos ateñe a muchas madres.
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