Nunca como este año me ha tocado padecer tanto los virus del ambiente como éste. En Perú, siempre se habla de algunas enfermedades y sabemos que en varias regiones alejadas de la capital, los niños suelen padecer males diversos, lamentable realidad con tantos avances médicos y tecnológicos. Aun así, la palabra virus es un concepto pocas veces usado en nuestra vida cotidiana. Por lo menos en el tiempo que estuve allá, cerca de los 40 años y sin niños.
En Berlín, sin embargo, virus es casi una palabra natural en el uso coloquial y de la familia. Sobre todo, cuando los niños ingresan a los centros de educación infantil - aquí les llamamos Kitas- la idea de que los virus llegarán a tu casa es la idea más frecuente. El año pasado, sin embargo, tanto mi hija como yo, permanecimos intactas frente a la ola de enfermedades que pasaron por su kita. Esto da una sensación de falsa seguridad porque en el momento menos pensado, algo puede atacarte.
Esta vez nos ha tocado a nosotras. Y entiendo mejor las excusas o lamentos en contextos parecidos a mi actual situación, oídas tantas veces el año pasado. Ya pasamos por el virus de la fiebre de 1 día, la otra de los 3 días, la del estómago que es la peor a mi juico y tendré que prepararme para las que vengan después. No es de extrañar que parte de la conversación con algunas mamis en el día a día, sea éste: el virus del día. Y qué virus tienes hoy? debería preguntar y sé que nadie se ofendería porque he llegado a la conclusión que en Berlín siempre hay un virus esperándote a la vuelta de la esquina.
Sí, aquí en el Primer Mundo, nos toca convivir con virus diversos y problemas de otro tipo pero que al final son llevaderos al lado de la familia.
Ahora mismo, es casi una bendición estar con mi marido al lado. Está de vacaciones y aunque es una lata tener a la compañera enferma, es mejor que asumirlo sola con todo lo que de por sí lleva el trabajo cotidiano - sea éste doméstico o estrictamente profesional -. La atención de él y las preguntas de mi niña con su estetoscopio de juguete, siempre ayudan a aplacar cualquier dolor. Luego de sobarme la panza, auscultarme y soplar, me pregunta si estoy mejor y yo le contesto contenta, que sí, y me lo creo.
Los virus al final- aunque no podamos restarle molestias ni desagrados - son también una prueba de fuerza frente al medioambiente, la paciencia y el cariño de los tuyos. Es también una oportunidad para recordar de otra forma la generosidad de nuestros padres cuando nos cuidaban mientras volábamos en fiebre o nos dolía algo. Nos sirve también para evaluar cuánto cuidamos a los nuestros y a nosotras mismas.
Ahora sí hago una pausa y les dejo un abrazo algo convaleciente aun. La energía para repartir vendrá después, con toda seguridad.
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