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| De regreso |
Después de casi dos meses, volvermos a propiciar los encuentros. Los abrazos medidos y la sana distancia nos permiten valorar el momento de otra manera.

Hoy hago un homenaje al miembro más antiguo de la familia, a quien le ha tocado vivir los rezagos de dos guerras mundiales y ahora una pandemia de casi similares proporciones. La mano del hombre es la medición del horror, a la espera de que cedamos paso a manos que cuiden y quieran.

Hoy visitamos a la abuelita de mi esposo. La
Omi como se dice en Alemania. La cabellera blanquísima y el movimiento pausado hacen notar que hablamos con alguien muy mayor. La actualidad de los análisis del virus que ha ido leyendo cada día y la vividez de los recuerdos de la guerra cuando jovencita, nos devuelven a una mujer lúcida y con ganas de comunicarse.
Siempre sacamos algo nuevo con ella. Siempre nos gana el tiempo. La hemos visitado porque ahora podemos. Antes ella no se sentía bien y tuvimos que frenar el deseo. Más aun el de mi hija quien siempre extraña a la familia.
El jardín de la abuela en este tiempo es uno de los atractivos. La variedad de plantas, vegetales, flores y color es lo que conjuga bien con el sol y la mesita para 4 que sirve de mirador. Un buen café y el queque de las 4 pm son infaltables. Hoy había que comprar los dulces, aunque más de una vez, la abuela se ofreció a hacer la cena.
Rosi ha registrado varias imágenes y ha hecho con las manos una corona de flores blancas. Es una suerte tener a la abuela porque yo no tengo esos talentos. Ha sido muy tierno oír la explicación y ver el aprendizaje de las manos para dar seguridad a cada paso. Al final, fue aun más bonito acompañar la prueba frente a la ventana o al espejo. La coronita reluciente lucía muy bien y ahora la colección de los recuerdos va aumentando. Gracias "Omi" por este regalo a todos los sentidos.