Caminando conmigo misma, con todes

Caminando conmigo misma, con todes
Foto: © Orbegoso, Octubre 2025.

sábado, 11 de octubre de 2025

Silvia Rivera Cusicanqui desde ésta, mi Alemania: Micropolíticas y pensamiento ch’ixi en la vida migrante.


Foto: mujeresbacanas.com

Mi segunda semana de rehabilitación me puso en contacto con la obra de Silvia Rivera Cusicanqui, "Un mundo ch’ixi es posible. Ensayos desde un presente en crisis". No se trata de una obra nueva, pero descansaba en mi estanteria mucho tiempo, y decidi empacar el libro en la maleta. Y ha resultado una excelente compañía. En sus páginas, la autora nos invita a mirar la realidad desde los pliegues, desde las contradicciones que habitan en nosotras mismas y en los territorios que transitamos. Su pensamiento, profundamente enraizado en las prácticas comunitarias andinas, se despliega como un tejido donde la teoría y la vida cotidiana no se separan.

El concepto de ch’ixi —esa convivencia de elementos opuestos sin que uno anule al otro— resuena especialmente en mi/nuestra experiencia migrante en Berlín. Vivir aquí implica moverse entre mundos que no siempre dialogan: entre el Sur y el Norte global, entre lenguas, afectos y formas de habitar el espacio público. No se trata de resolver esas tensiones, sino de habitarlas con conciencia, reconociendo que nuestra existencia misma es una mezcla que resiste a la pureza y a la homogeneización. Somos cuerpos ch’ixi, que llevan consigo memorias, acentos y modos de vida que desbordan los límites de la integración “oficial”.
Cusicanqui nos propone además mirar la política desde lo pequeño, desde las micropolíticas: esas prácticas cotidianas, locales y afectivas que transforman el mundo sin pasar necesariamente por los canales institucionales. Ella diferencia entre la política “macro” —la de los partidos, gobiernos, comisiones u ONG— y las micropolíticas de base, que emergen desde abajo, desde la autogestión, la colectividad y el cuestionamiento del poder.

En este sentido, me pregunto: ¿qué tipo de política estamos ejerciendo cuando participamos en un Ausschuss o en un consejo de integración? Si esa participación se limita a reproducir los marcos institucionales —un discurso de integración que nos pide adaptarnos sin cuestionar las estructuras racistas o coloniales del sistema—, entonces no estamos ejerciendo una práctica micropolítica. Pero si esos espacios se convierten en lugares de agencia real, donde las personas migrantes traen sus saberes, cuestionan las jerarquías, defienden el multilingüismo, promueven formas de convivencia respetuosas y colectivas, ahí sí estamos en el terreno de lo micropolítico.

Las micropolíticas, como plantea Cusicanqui, son actos desde abajo: sembrar un huerto comunitario, cocinar juntas, organizar un taller decolonial, escribir poesía en nuestras lenguas, pintar un mural en el barrio, o simplemente cuidar y cuidarnos desde la ternura y la autonomía. Son gestos que parecen pequeños, pero que contienen una potencia transformadora porque repolitizan la vida diaria.

Descolonizar la cotidianidad —nuestros consumos, los afectos, el lenguaje, el cuerpo— es una forma de resistencia. Construir comunidad, practicar la autogestión, reapropiarnos del espacio público o del tiempo colectivo, son ejercicios que nos devuelven poder, que nos permiten crear otros modos de existir en esta ciudad.

Desde Alemania, los textos de Rivera Cusicanqui nos ayudan a mirar nuestras propias redes migrantes como territorios micropolíticos: espacios donde se ensaya o se puede ensayar la autonomía; donde se teje o se puede tener comunidad entre lenguas, donde se cuestiona la idea de integración y se propone, en cambio, una convivencia ch’ixi, capaz de sostener la diferencia sin miedo.
Quizás de eso se trate: de seguir inventando formas de vivir juntas, juntes, entre lo que somos y lo que soñamos, entre los mundos que trajimos y los que estamos creando aquí, con nuestras manos, nuestras palabras y nuestras memorias. 

++++++++

Silvia Rivera Cusicanqui von hier, aus meinem Deutschland: Mikropolitiken und ch’ixi-Denken im migrantischen Leben

In meiner zweiten Rehabilitationswoche begegnete ich erneut dem Werk von Silvia Rivera Cusicanqui, „Eine ch’ixi-Welt ist möglich. Essays aus einer Gegenwart in der Krise“. Es ist kein neues Buch, aber es stand lange ungelesen in meinem Regal, und so beschloss ich, es diesmal in den Koffer zu packen. Es hat sich als wunderbare Begleitung erwiesen.
In ihren Texten lädt uns die Autorin ein, die Wirklichkeit aus den Zwischenräumen heraus zu betrachten – aus den Widersprüchen, die in uns selbst und in den Territorien wohnen, die wir durchqueren. Ihr Denken, tief verwurzelt in andinen Gemeinschaftspraktiken, entfaltet sich wie ein Gewebe, in dem Theorie und Alltag untrennbar miteinander verflochten sind.

Das Konzept des ch’ixi – das gleichzeitige Nebeneinander gegensätzlicher Elemente, ohne dass eines das andere aufhebt – berührt mich besonders in meiner/unserer migrantischen Erfahrung in Berlin. Hier zu leben bedeutet, sich zwischen Welten zu bewegen, die nicht immer miteinander im Dialog stehen: zwischen dem globalen Süden und dem globalen Norden, zwischen Sprachen, Gefühlen und unterschiedlichen Weisen, den öffentlichen Raum zu bewohnen.
Es geht nicht darum, diese Spannungen aufzulösen, sondern sie bewusst auszuhalten – im Wissen, dass unsere Existenz selbst eine Mischung ist, die sich der Reinheit und Vereinheitlichung widersetzt. Wir sind ch’ixi-Körper, die Erinnerungen, Akzente und Lebensweisen mit sich tragen, die die Grenzen der „offiziellen Integration“ überschreiten.

Cusicanqui fordert uns außerdem auf, Politik im Kleinen zu denken – als Mikropolitik: jene alltäglichen, lokalen und affektiven Praktiken, die die Welt verändern, ohne notwendigerweise durch institutionelle Kanäle zu gehen. Sie unterscheidet zwischen der „Makropolitik“ – der Politik der Parteien, Regierungen, Kommissionen oder NGOs – und den Mikropolitiken von unten, die aus Selbstorganisation, Kollektivität und der Infragestellung von Macht entstehen.

In diesem Sinne frage ich mich: Welche Art von Politik üben wir aus, wenn wir an einem Ausschuss oder einem Integrationsrat teilnehmen? Wenn diese Beteiligung sich darauf beschränkt, institutionelle Rahmenbedingungen zu reproduzieren – einen Integrationsdiskurs, der von uns verlangt, uns anzupassen, ohne die rassistischen oder kolonialen Strukturen des Systems zu hinterfragen –, dann praktizieren wir keine Mikropolitik.
Wenn diese Räume jedoch zu Orten realer Handlungsmacht werden, in denen Migrant*innen ihr Wissen einbringen, Hierarchien hinterfragen, Mehrsprachigkeit verteidigen und respektvolle, kollektive Formen des Zusammenlebens fördern, dann bewegen wir uns im Bereich des Mikropolitischen.

Mikropolitiken, wie Cusicanqui sie versteht, sind Handlungen von unten: einen Gemeinschaftsgarten anlegen, gemeinsam kochen, einen dekolonialen Workshop organisieren, Gedichte in unseren Sprachen schreiben, ein Wandbild im Kiez malen – oder einfach Fürsorge leben, einander mit Zärtlichkeit und Selbstbestimmung begleiten. Es sind Gesten, die klein erscheinen mögen, aber eine enorme transformative Kraft besitzen, weil sie das Alltagsleben repolitisieren.

Den Alltag zu dekolonisieren – unseren Konsum, unsere Gefühle, unsere Sprache, unseren Körper – ist eine Form des Widerstands. Gemeinschaft aufzubauen, Selbstorganisation zu praktizieren, sich den öffentlichen Raum oder gemeinsame Zeit wiederanzueignen, sind Wege, die uns Handlungsmacht zurückgeben und uns erlauben, andere Formen des Daseins in dieser Stadt zu schaffen.

Von Deutschland aus helfen uns die Texte von Rivera Cusicanqui, unsere eigenen migrantischen Netzwerke als mikropolitische Territorien zu begreifen: Räume, in denen Autonomie erprobt und Gemeinschaft zwischen Sprachen gewoben wird; in denen die Idee von Integration hinterfragt und stattdessen ein ch’ixi-Zusammenleben vorgeschlagen wird – eines, das Differenz ohne Angst zu tragen vermag.

Vielleicht geht es genau darum: weiter neue Formen zu erfinden, gemeinsam zu leben – zwischen dem, was wir sind, und dem, was wir träumen; zwischen den Welten, die wir mitgebracht haben, und jenen, die wir hier erschaffen – mit unseren Händen, unseren Worten und unseren Erinnerungen.

domingo, 25 de mayo de 2025

Echar raíces en tiempos de migración: reflexiones con Simone Weil.

Acabo de empezar a hojear "Echar raíces" de Simone Weil, un texto que aunque inacabado, no resta fuerza a la voz de la mujer que lo escribió hace ya tanto tiempo. Recibo esta obra como una invitación  a pensar, a hacernos preguntas urgentes y necesarias. Weil nos lanza ideas que se sienten cercanas, especialmente para quienes vivimos entre culturas, territorios, idiomas distintos. Para quienes migramos.

Uno de sus planteamientos más profundos afirma la necesidad de reconocer los propios deberes hacia el otro/diferente como la base de la socialización en la igualdad; o dicho de otra manera, la base de agrupamientos sociales en los que cabe arraigar.

Weil nos habla de la raíz como una necesidad humana. No como una metáfora nostálgica, sino como una base concreta para la vida. Arraigarse no es simplemente estar en un lugar: es relacionarse, cuidar, asumir responsabilidades mutuas. No es solo tener derechos: es tener deberes hacia quienes comparten contigo el entorno, incluso si son diferentes.

Hoy, esta reflexión resuena con más fuerza. Vivimos en un tiempo en el que la participación política y social se ve amenazada por la desconexión, el aislamiento, el rechazo del otro. Muchos migrantes en Alemania lo viven a diario: enfrentan barreras invisibles pero sólidas, que dificultan el acceso a la vida comunitaria. ¿Cómo participar, si no me siento parte? ¿Cómo cuidar lo común si todo a mi alrededor me recuerda que soy ajena?

Y aquí me detengo: el problema no es solo estructural o legal, también es emocional y simbólico. Porque "arraigar" implica identificarse con el lugar que habitamos. No desde una obediencia ciega, como si fuéramos robots que repiten sin cuestionar, sino desde la empatía. Desde el reconocimiento de que no solo "vivo" aquí, sino que "me importa" lo que pase aquí. Porque me toca. Porque lo siento como propio.

Simone Weil nos deja varias tareas. Y quizás una de las más urgentes hoy es repensar qué tipo de formación política necesitamos. No basta con hablar de tolerancia o integración como conceptos vacíos. Necesitamos una formación que nos prepare para el diálogo. Para el conflicto. Para comprender que el país, el barrio, el distrito –sea Alemania, Berlín o Pankow– cambian. Cambian por la migración. Y eso no es una amenaza: es una oportunidad.

Desde mi vivencia, eso se vuelve nítido. Yo creo en el trabajo comunal. No es la primera vez que me habrán escuchado decirlo. Aunque llevo al Perú en mí, con todo su peso simbólico y emocional, hay algo profundamente identitario que me hace sentir "pankoweriana". Me reconozco en este barrio, en sus luchas, en sus contradicciones. Porque me involucro. Porque me importa. Y eso, quizás, es el verdadero arraigo.
Foto: Wikipedia.

Weil me ha confrontado. Apenas empiezo su lectura, pero ya me ha dejado inquietudes. No es un texto cerrado ni conclusivo. Más bien, abre puertas. Y me hace pensar que si queremos impulsar de verdad la participación de migrantes, tenemos que empezar por los microcosmos. Por la praxis. Por la posibilidad de identificarnos no con un Estado que raramente nos incluye, sino con los espacios cotidianos en los que podemos construir comunidad. Esas coordenadas son las que orientan aun mi viaje decolonial, y es con ellas con quien sigo viviendo.

Seguimos leyendo, seguimos andando.

Le Petit Prince

Le Petit Prince
buscando a mama??